miércoles, 30 de abril de 2014

Errores

Nunca me he considerado una persona supersticiosa. Nunca he creído en fantasmas. No creo, o más bien, debo de corregirme, no creía que pudiera ser perseguido por un ser sobrenatural. Desafortunadamente, estaba mal.
            Hace dos meses un hombre me contrató para ser su director escénico personal. ¿Su nombre? Arthur Kipps, y como desearía no haber aceptado el trabajo…..La verdad es que no tenía idea de lo que iba a pasar (¿cómo iba a tenerla?). Era un trabajo, en mi opinión, común y corriente. Pensé, muy en el fondo, que el señor Kipps era un hombre que tenía el sueño fallido de ser actor y no dudé ni un segundo en ayudarlo.
            Ese fue mi primer error.
            Todo comenzó en una tarde tranquila. Me hallaba retrasado y cuando llegué al teatro en donde habíamos acordado vernos, el señor Kipps estaba leyendo su obra. Una obra muy interesante debo decir pero algo le faltaba. Era él mismo quien no tenía los ánimos. Leía la obra de una manera lenta y aburrida, casi como si no quisiera hacerlo. Ojalá esto hubiera sido cierto.
            De una manera u otra terminamos haciendo la obra, yo representándolo a él y él representando a todos los demás personajes. Era algo muy sencillo, sin transcendencia en realidad; o al menos, eso yo pensaba. Durante todo el tiempo que actuamos, jamás se me ocurrió que ésta pudiera ser verdadera. Claro, Arthur me había dicho que todo esto le había sucedido a él, pero debo admitir que no le creí.
            Mi segundo error.
            La obra trataba del señor Kipps quien iba en busca de un testamento a un pueblo remoto en una casa abandonada. Durante su estancia ahí, el señor Kipps experimenta cosas extrañas. Lo cierto es que, sin saberlo, se estaba alojando en un pueblo embrujado que era cazado por Jennet Humfrye; o como era conocida ahí: la dama de negro.
            Según cuenta la obra, Jennet Humfrye era una madre soltera a quien le habían quitado su hijo. Después de la muerte de éste, Jennet se ahorcó y desde entonces vengó su muerte y mató, de una forma u otra, a todos los niños y niñas del pueblo.
            Si yo hubiera sabido de qué se trataba la historia, debo admitir que no estoy tan seguro de que hubiera aceptado el trabajo. Sin embargo, yo no sabía de qué se trataba la historia. De hecho, estaba totalmente en blanco. No sabía quién era el señor Kipps, no sabía con exactitud qué era lo quería y, como ya he dicho antes, no sabía de qué se trataba la obra.
            Tercer error.
            Para cuando terminamos la obra, se había sumado una persona más al elenco. En mi ignorancia, e inocencia, yo pensaba que era una amiga del señor Kipps a quien él había invitado para personificar a la famosa ‘dama de negro’. Desgraciadamente, cuando le mencioné esto, él me dijo que no había invitado a nadie. Que sólo éramos él y yo. ¿A caso estaba alucinando? ¿No había visto claramente a una mujer vestida de negro personificar a la dama de negro? Si el señor Kipps no había invitado a nadie entonces, ¿qué estaba haciendo ahí esa mujer? O mejor aún, ¿quién era?
            No fue hasta ese momento que el señor Kipps me contó el resto de la historia. Cuando terminó todo y cuando él finalmente huyó de ese pueblo maldito, el señor Kipps regresó con Estela y se casó con ella. Tuvieron un hijo y todo parecía ir de maravilla. Por lo visto, el destino (¿o he de decir la dama de negro?) tenía otros planes.
            En un día soleado, el señor Kipps decidió ir al parque con su hijo y su esposa. En un momento de diversión, la señora Kipps y su bebé se subieron a una carreta que daba vueltas por el parque. Todo parecía ir bien cuando, de la nada, la carreta se volteó e inmediatamente el bebé se murió. Fue un accidente, muchos dicen, pero el señor Kipps, cuando vio a la mujer vestida de negro, supo que eso estaba lejos de ser un accidente.
            Salí huyendo en ese mismo instante del teatro. Vagabundeé por las calles de Londres tratando de meditar lo sucedido. Me tomó unas cuantas horas finalmente decidirme en irme a mi casa y unas cuantas más en llegar.
            Este fue mi cuatro y último error.
            Cuando llegué mi hija se hallaba muerta y la policía ya había llegado. Fui con mi esposa quien estaba hablando con un oficial y las únicas palabras que oí fueron las siguientes. Todavía las recuerdo como si fuera ayer:

            -Todo estaba bien. Me volteé por un segundo y vi a una mujer vestida de negro, cuando volteé a ver a mi hija otra vez, estaba tirada en el suelo con un charco de sangre rodeándola.

lunes, 28 de abril de 2014

El último paseo

Pasé toda la noche pensando en por qué papá se había puesto tan mal cuando mencioné que una mujer vestida de negro me había visitado el otro día en la escuela. No había sido mala ni tampoco insistente como aseguraban mis papás que serían algunas personas, al contrario, ella había sido muy amable y hasta se había ofrecido a llevarme por un helado al día siguiente.
Salí de mi habitación y bajé a desayunar con mis papás. Al parecer mi papá seguía tenso, pero yo sabía que luego se le pasaría. Así pasaba siempre, se preocupaba por todo y días después lo olvidaba.
-Hija ve a vestirte; ¡hoy iremos al parque!- mi mamá estaba sonriendo, mostrando esas pequeñas arrugas, de las que ella se quejaba, que adornaban sus ojos, en los que se veía un inmenso brillo de satisfacción.
-Sí mamá-  me levanté corriendo de la mesa y fui a mi cuarto. Abrí mi closet y vi tantos colores que nunca antes había notado, pero un vestido rojo llamó más mi atención. Lo tomé y traté de ponérmelo lo más rápido que pude. Solo logré caerme varias veces y pegarme otras tantas en los brazos.
Bajé las escaleras dando pequeños saltitos y abrace a mi padre. Lo quería de verdad.
Mi papá nos dijo que subiéramos al auto y así lo hicimos mi madre y yo. Estábamos las dos tan emocionadas de ir los tres. Normalmente ese tipo de paseos sólo los realizábamos ella y yo. Era tan fantástico que viniera también mi papá que sentí ganas de llorar.
Al llegar, todo estaba tan alegre y tan lleno de vida que no pude más que sonreír mientras mi madre y yo bajamos corriendo del coche.
Mi papá nos alcanzó realmente rápido, pero eso no era lo mejor; ¡me había comprado un globo!
-Gracias papá- lo dije tan velozmente mientras me aventaba a sus brazos que sonó casi como un trabalenguas.
-De nada. Hija, perdón por haberme molestado ayer, no era nada. Tú tenías razón y quiero que sepas que te quiero, te quiero mucho-. Sus brazos se tensaron con mayor fuerza sobre mi espalda y yo besé su mejilla.
-¡Y yo a ti!- me puso de nuevo en el suelo y fue cuando la vi; una carreta realmente hermosa, y era toda de color rosa pálido.
-¿Me puedo subir a la carreta?- mi papá volteo a verla y asintió pero con la condición de que mamá viniera conmigo.
Ambas caminamos agarradas de la mano hasta la carreta, un señor muy amable nos ayudó a subir y se puso en marcha.
Quería saludar a mi papá desde aquí, volteé en su dirección y vi sus ojos llenos de terror mientras él gritaba algo, pero no logré entender qué.
Volteé hacía enfrente y estaba ahí, la mujer que me había visitado el día anterior en la escuela, me sonreía.
Mi mamá no se había dado cuenta de la presencia de la mujer, que estaba justo en nuestro camino, y al parecer el señor que estaba conduciendo tampoco.
-Hola pequeña, vine a llevarte por el helado que te prometí- en ese momento, cuando volteé a verla, algo pasó con la carreta, miré a mi mamá y noté que estaba tan preocupada como yo.

Con un rápido giro la carreta se volteó, mi mano se movió instintivamente a la de mi madre y la sostuve. Sentí un golpe fuerte en la cabeza y luego mis ojos se cerraron, no veía ni a papá ni a mamá. Sólo oscuridad. Lo último que recuerdo, después de ver a mi mamá y notar su preocupación, es la cara de la señora, sonriendo, quien de nuevo iba vestida de negro.

domingo, 27 de abril de 2014

Miedo

Era una tarde muy fria, mis padres y yo habíamos pasado un buen rato en el parque que estaba enfrente de mi casa, tenia 19 años, estaba a punto de acabar mis estudios, ya estaba completamente seguro que me quería dedicar al teatro.
Era un buen hijo, tenia buenas calificaciones, una muy buena relación con mis padres y me gustaba pasar tiempo con ellos. Una ves al mes procuraba ir a visitar a mi tía Brenda, una mujer viuda en ese entonces de 56 años, sus 2 hijos vivían a unas cuantas calles con sus familias. Cuando estaba en su casa no hacíamos mucho, la ayudaba en la cocina y a arreglar su casa, por lo general estaba muy recogida y arreglada, era lo único que hacia en el día, también le gustaba salir a caminar al parque. Por las noches me contaba historias de Pedro, su esposo, me contaba como se conocieron, como fue su boda y me lo repetía una y otra vez, yo ya me as sabia de memoria.  Pedro murió de un infarto a los 60 años, mi madre dice que era un señor muy preocupado. Cualquier cosa lo espantaba y se enfermaba muy seguido.

Era un 7 de noviembre, la fui a visitar, la acompañe a caminar al parque y regresando le prepare un té y empezó con sus historias, pero esta ves era una historia diferente, algo que jamas había escuchado.
Todo esto empezó porque le pregunte si ella le tenia miedo a algo, en ese momento su cara se paralizo y comenzó con su historia.
Una tarde Pedro y mi tía habían salido de la ciudad a visitar a la familia de Pedro, habían estado unas semanas fuera, al regresar a su casa, se dieron cuenta que todo estaba desordenado, fuera de lugar, habían cosas rotas y cuadros tirados en el suelo. En ese entonces ellos estaban recién casados, no habían nacido mis primos. Me dijo mi tía cuando Pedro era mas joven era un hombre alto, fuerte, muy masculino, que siempre la protegía de todo, y todos.
No tenían idea de que fue lo que paso, salieron y le tocaron a los vecinos para saber si ellos sabían algo, y ellos les contestaron que solo escuchaban ruidos, como si hubiera gente brincando y moviendo todos los muebles. Ellos muy extrañados entraron nuevamente a su casa y trataron de arreglar lo más que se pudiera, tiraron los platos y las tazas rotas y siguieron con sus vidas.
Unas semanas mas tarde Brenda, sentada en una silla leyendo un libro escucho ruidos en la cocina, no le importaron los ruidos porque pensó que era Pedro el que los estaban haciendo, pero Pedro había salido a comprar la comida, y ella no se había acordado. 
En el momento que se acordo comenzó a gritar su nombre, esperando la respuesta de su esposo, pero nadie contesto.
Decidió bajar a ver si todo estaba en orden, y noto que nuevamente habían tazas en el piso rotas. 
Comenzó a escuchar voces de otras personas por la casa, y pisadas de personas en los pisos de madera, ella no sabia que estaba sucediendo, trato de olvidarse de todo y fue a caminar al parque para distraerse un poco. Horas después, regreso a su casa y noto que Pedro estaba tirado en el suelo del comedor, ella corrió hacia el y trato de despertarlo, después de unas palmadas en el pecho, despertó, con un dolor de cabeza muy fuerte miro a Brenda como si no supera lo que estaba pasando, lo sentó y le preguntó que fue lo que había pasado.
El solo dijo que sintió como alguien lo había tirado al piso, no vio a nadie, solo sintio una fuerza que lo jalo al suelo. Ninguno de los dos creían en espíritus y se negaban en creerlo.
Años después, cuando ya había nacido su primer hijo, les sucedió lo mismo, pero esta ves le sucedió el pequeño, pero cayo de un piso arriba, el pequeño solo tenia 5 años, al momento de caer se rompió una pierna y se abrió la cabeza, los padres quedaron muy espantados, incluso un poco traumados, decidieron que esto no les podía volver a pasar, así que decidieron llama a una persona que decían que estaba capacitada para estas cosas. Una señora muy vieja fue a su casa, prendió unas velas y dijo un par de palabras.
Brenda se dio cuenta que Pedro ya no era el mismo, se volvió un hombre muy desconfiado y muy sobre protector con sus hijos, y ella dice que su muerte tuvo mucho que ver con esos sucesos.

Al acabar la historia me fui a mi casa, y seguí con mi vida y mi rutina diaria. Años mas tarde yo tenia unos 27 años ya vivía con mi esposa y estábamos a punto de esperar a una hermosa hija. 
Eran las 4 de la mañana no podía dormir y no se porque tenia la historia de mi tía en la cabeza, seguía con el ojo abierto cuando de pronto escuche unos ruidos desconocidos en la parte de abajo de mi casa, me negué a creer ese tipo de cosas, yo tampoco creía en espíritus y me negaba a creer en ellos, controlando mi miedo, baje a revisar y estaban cuadros tirados, mi esposa se levanto al ver que yo regresaba a la cama. Me negué a creer en lo que estaba pasando, pero mis miedos me estaban controlando. Templando de miedo me dije a mi mismo que la historia de mi tía no se iba a repetir conmigo, supe controlar mis miedos y no volví a sentir esa sensación en mucho tiempo, hasta hace unos días cuando conocí a un señor llamado Arthur Kipps. 

Montserrat Ortiz Pagés 4020 "LA MUERTE INESPERADA"


Estaba sentada en la terraza frente al jardín esperando a que mi adorado hijo terminara de buscar su juguete favorito que nos acompañaría en esta ocasión a dar un paseo por el lago cercano a la casa de nuestros queridos vecinos, cuando de repente vi entre los arbustos cercanos al manzano un hombre que observaba como mi hijo gritaba mi nombre pidiéndome que lo ayudara a encontrar a Justice su oso de peluche y al darse cuenta que yo lo veía, desapareció corriendo hacia el camino a la carretera.
Me levanté rápidamente para tratar de alcanzarlo, pero mi intento fue inútil, ya que lo vi subir en una carreta acompañado de dos hombres vestidos humildemente.
Mi querido hijo llegó hacia mi pidiéndome que iniciáramos el paseo pues finalmente había encontrado a Justice y estaba listo para ir a subirse a la nueva barca que teníamos en el lago. No pude dejar de pensar en aquel hombre que minutos antes me había quitado la paz en la que me encontraba  y ahora temía por nuestra vida ya que últimamente se oían rumores de que habían robado pertenencias en algunas casas de los alrededores. Mi hijo interrumpió aquellos turbios pensamientos y decidí realizar los planes que teníamos preparados. Regresé a la casa, tome la canasta con el almuerzo y emprendimos nuestra caminata entonando las canciones que nos hacían sentir  felices.
Antes de llegar a casa , le pedí a mi pequeño que revisáramos la puerta trasera que había olvidado cerrar antes de salir pues tenía un mal presentimiento. Una vez que nos encontramos frente al portón, sentí como un escalofrío recorría mi cuerpo al ver una cruz pintada con sangre fresca en la ventana de la alcoba de mi hijo, lo que indicaba que él sería la próxima víctima de aquel hombre desquiciado que había perdido un hijo en un accidente terrible al ahorcarse con la soga de una trampa que su padre había puesto en el bosque.
En ese momento tome a mi hijo de la mano y entramos por la puerta trasera para subir corriendo a mi habitación donde nos encerramos para no correr ningún peligro hasta que llegara mi esposo al día siguiente.
Empezó a obscurecer y mi pequeño ya cansado afortunadamente se quedó dormido, yo me encontraba muy angustiada pensando en que esa noche mi hijo podría ser ejecutado por un loco y decidí abrazarlo e intentar conciliar el sueño.
No pasó mucho tiempo cuando escuché como alguien forzaba el portón para poder entrar, y al acercarme a la ventana a ver de quien se trataba, vi como un hombre con un cuchillo se dirigía a la parte de atrás donde yo había olvidado nuevamente cerrar la puerta. Recordé en ese momento que mi esposo tenía escondida una pistola en la biblioteca y decidí bajar rápidamente por ella para matar al que se atreviera a hacerle daño a mi adorado hijo, pero al regresar a mi alcoba , me di cuenta de que mi hijo ya no estaba y el hombre se lo había llevado. Baje corriendo hasta el jardín y logre ver que el hombre se dirigía con mi hijo al bosque y sin ningún remordimiento tire dos disparos que fueron los que le quitaron la vida a quien me había robado una parte de la mía y a mi propio hijo quien recibió el segundo disparo al quedarse parado mirando al hombre agonizando. Avente la pistola y corrí en busca de mi hijo que todavía respiraba, pero su último aliento fue para decirme que perdonara a ese hombre pues lo había hecho por el amor que sentía por su hijo al que tanto amaba. Lo abracé con todas mis fuerzas para nunca olvidar que esas palabras me servirían para fortalecer mi alma en busca de una venganza que aliviara el terrible dolor que invadía mi ser.   

Mi historia. -Stella

Todas las apariciones comenzaron aquella noche de otoño, cuando estaba jugando felizmente con el nuevo juguete que papá me había regalado, cuando de repente se oscureció mi habitación con una gran sombra, en ese momento me armé de valor y decidí voltear. Lo que encontré al voltear fue a una señora vestida toda de negro con una apariencia espeluznante, pero en ella había algo interesante, al poder verla a los ojos se veía reflejada en ellos una tristeza enorme, razón por la cual decidí sonreírle a esa pobre mujer. Al parecer mi sonrisa la sorprendió demasiado, ya que retrocedí o y se dirigió a la ventana para marcharse pero no sin antes decirme: -Ahora soy parte de tu vida Stella, nunca me olvides, te estaré visitando. Con gran confusión le dije: -No te vayas sin antes decirme quien eres y tu nombre. La respuesta que obtuve fue: -Tú llámame La Dama de Negro y soy alguien a quien verás por el resto de tu vida. 

       En ese momento no sabía si alegrarme porque iba a recibir muchas visitas a falta de compañía de mi padre o aterrorizarme por aquella extraña visita, más sin embargo continúe jugando. La siguiente noche al marcar el reloj las 10:00 de la noche se volvió a aparecer esa gran sombra pero esta vez en compañía de otra persona, al parecer un niño. -Hola Dama de Negro ¿quién es él? ¿tu hijo? Ella contestó: -Stella, tú siempre con tantas preguntas, per si, si es mi hijo, su nombre es Nathaniel, tiene la misma edad que tú, 8 años. Al escuchar esto mi corazón latía muy fuerte, ¡al fin iba a tener un amigo! pero había algo raro en Nathaniel, su color de piel era muy blanco incluso tenía varios moretones en todo su cuerpo. -Hola Nathaniel, mucho gusto yo soy Stella, tu nueva amiga. No obtuve respuesta alguna lo único que hizo fue abrazar a su madre, más adelante Nathaniel aceptó jugar conmigo. Y así fue pasando el tiempo, todas las noches a las 10:00 pm recibía su visita, pasaron 10 años y al cumplir 18 la visita fue diferente pues la Dama de Negro decidió contarme su historia... si, estaban muertos, todo ese tiempo había estado conviviendo con MUERTOS, estaba aterrorizada, no sabía que hacer, solo quería estar abrazada con mi padre.

       Tengo que admitir que el hecho de que estuvieran muertos no me espantó tanto, lo que causó mi confusión y mi miedo fueron aquellas palabras que mencionó la Dama de Negro: -Ya que sabes mi secreto, es hora de que vengas con nosotros, a nuestro mundo. En ese momento le suplique que no hiciera eso pues todavía quería vivir y más cuando mi papá me había dicho que nos iríamos a vivir juntos a Paris, pues ya se había jubilado.
       
       La noche siguiente sabía que iba a ser la noche en la que iba a morir, le di a mi papá un gran abrazo acompañado de un beso, la única parte buena de esto era que me encontraría con mi mamá; me encontraba en mi habitación con un llanto imparable, el reloj marco las 10:00, la Dama apareció, cerró mis ojos y me abrazó, eso fue lo último que recuerdo del mundo de los vivientes. A partir de esa noche, le hacía visitas repentinas a mi padre quien tiempo después no aguanto el dolor de mi pérdida y se suicidó. A pesar de todo tuvo un final feliz pues nos reunimos todos de nuevo, mi padre, mi madre y yo, cabe mencionar que jamás volví a ver a la Dama de Negro ni a Nathaniel.

sábado, 26 de abril de 2014

John Morris

John Morris es un escéptico director de escena, se encuentra en una verde sala de espera del hospital metropolitano de Londres, los que lo ven lo hacen con cara de asombro pues no para de murmurar. Si lo hiciera en voz alta escucharían:
“Das  vueltas en el mismo lugar, mirando de un lado a otro y desconoces si prefieres permanecer parado o sentado. Esta inquietud  no es una locura; se explica perfectamente para liberar la ansiedad de que tu esposa está del otro lado de la pared del hospital dando a luz a un bebe que les ha costado más de dos años.  Llevas ahí más de tres horas y la idea de un cigarro, claro, te ha cruzado  la mente más de una vez. Fumar te calmaría los nervios pero pensar que le has prometido a Elizabeth que lo dejarías en cuanto naciera el bebe te ha detenido. Sabes que el hecho de no cumplir solo te atormentaría más.”
Finalmente oyó que una enfermera gritaba su nombre y presuroso gritó “Yo” dirigiéndose a ella.
-Sígame- le dijo la enfermera. Ahí se encontraba su esposa con la bebé en brazos, ahora en una sala azul. Para John Morris tener la cabeza llena de proyectos e ideas no era algo nuevo pero el que se vaciara todo al sostener a su hija en brazos definitivamente fue algo inédito.
La mirada con el bebe  hizo que de manera inconsciente tensara la quijada, un sentimiento que no pudo reconocer le golpeo el pecho y lo sumió en un estado de ansiedad parecido a un abismo.
Después de dejar de nuevo el bebé en los brazos de Elizabeth sintió la imperiosa necesidad de  respirar aire fresco. Cogió su abrigo y al salir del hospital el golpe de aire en la cabeza lo llevo a pensar acerca de cómo resolver la segunda escena de la obra que estaba montando. La noche no era muy fría, decidió caminar hasta su casa. Entre los pensamientos de la obra se entrecruzaba el recuerdo de la mirada de ese abismo vislumbrado en los ojos de su hija, al no poder interpretar las sensaciones que esto le causaba intentaba apartarlo de su cabeza.
Al llegar  a su casa con la poca luz que le ofrecía el alumbrado público le fue difícil encontrar el orificio de la cerradura. Cuando al fin lo logró entro a su casa, se quitó el abrigo y lo colgó en el perchero. Cuando se dirigía a la cocina, el silencio de la casa lo confundió. Extrañó los ligeros pasos de Elizabeth afanándose con el orden de la ropa en el piso de arriba. Un sollozo arriba rompió el silencio que lo mantenía distraído, subió pensando que encontraría al perro lastimado. Entró a su recamara y sorprendido no vio al perro, sino a Elizabeth hincada con la cabeza en el colchón. Cuando ella levanto la cara, John  encontró el abismo que había descubierto en los ojos de su hija.

Sin que Elizabeth hablara supo que en ese momento que  su hija estaba siendo arrullada por la Dama de Negro. 

viernes, 25 de abril de 2014

La venganza

Ya habían pasado muchos años desde el accidente, mi hija había muerto en sus manos.

Mi esposa, bueno ahora EX esposa, nunca entendió porque yo decía que eso no había sido un accidente, pensaba que la torturaba recordándole ese acontecimiento. Pero yo la había visto ahí parada, en medio de la calle viendo fijamente la carreta en la que viajaban mi mujer y mi hija.

Mi esposa había sobrevivido por milagro pero no pudo estar conmigo mas que unos meses después de eso, esa mujer de negro había arruinado mi vida, me había dejado sin nada.

El tren seguía en movimiento mientras mis recuerdos me acechaban, ese tren iba acercándome cada vez  más a la casa en la que se aparecía constantemente esa “dama de negro”, debía confrontarla. Sabía que eso era prácticamente imposible pero yo quería verla, quería que ella pagara por lo que me había hecho. No tenía nada que perder si moría en este viaje.

El tren se paró y anunció la llegada.

Me tardé mucho en encontrar a la persona que hacía ya muchos años había llevado a otro hombre  a esa misma casa.

Yo ya no era joven como en la época en la que conocí la historia de esta mujer, yo era viejo, podrían pensar que uno muy chiflado pero era la única esperanza que me quedaba; la venganza. La carreta tomo el único camino que conducía hacía ese sitio, un pequeño sendero rodeado de agua como me lo habían descrito, el sonido del mar no era relajante, era espeluznante e inquietante. La neblina decoraba el mar como si los dos pertenecieran a uno mismo.

-       Señor ya llegamos- frente a mis ojos una enorme casa se elevaba de entre la flora silvestre que crecía sin ningún orden.

-       Se lo agradezco- tomé mi pequeña maleta con las escasas pertenencias que tenían  aun valor para mí a esta edad.

-       Señor, disculpe mi intromisión pero ¿Desea que lo espere aquí?- la voz del señor sonó tan joven que mi corazón sintió ternura por ese pobre.

-       No, ya puede marcharse, gracias- mis pies comenzaron a emprender nuestro camino hacia esa tenebrosa casa.

-       Señor- otra vez esa voz tan jovial resonó en medio del silencio- ¿Se va quedar usted toda la noche?- sus ojos brillaban un poco inquietos y sus manos temblaban nerviosamente.

-       Si – fue mi  única respuesta, la gente del pueblo conocía ya la historia de este lugar no hacía falta que anduvieran por ahí diciendo que un viejo absurdo se empeño en quedarse en ese tétrico lugar.

-       Está bien, como guste…- la desaprobación en su voz era tangible pero no insistió dio media vuelta y se marchó.

El sendero hacía la puerta de la casa no era sino un estrecho camino que tenía raíces de árboles que se enredaban con mis pesados pies.

La tarde comenzaba a despedirse y mi corazón latía cada vez con más fuerza, el momento que tanto había esperado estaba cerca.

La puerta de madera un poco desgastada por los años que habían pasado por ella y del mantenimiento que no había recibido se veían en ella, me faltaban ya unos pocos pasos para llegar, el ambiente se sentía más pesado, como si la casa en si me ahuyentara.

Tome la manija y la gire cuidadosamente, sin ninguna dificultad esta cedió y pude entrar.
Adentro no se veía nada, las ventanas apenas dejaban pasar un poco de luz del día que estaba por terminar, lo primero que pude ver fueron unas grandes escaleras, eran anchas y conducían a un descanso en el cual se bifurcaba.

Caminé lo más rápido que mis pies pudieron llevarme y subí uno a uno las escaleras, mi instinto me sugirió continuar por las escaleras que continuaban a mi lado derecho y así lo hice.

Al llegar al piso superior se extendía un pasillo horizontalmente a mi posición, la casa se veía más lúgubre desde este lugar, tenía un aspecto azul-verdoso causado por la poca luz que quedaba del día. Del lado izquierdo únicamente estaba una puerta al final del pasillo, ésta estaba abierta y se podía identificar un escritorio desordenado. Si fuera un fantasma en busca de niños pequeños que arrebatar de sus padres no volvería a un despacho, iría al cuarto del hijo que perdí.

Sentía como mi espalda, nuca y axilas estaban sudadas, en este punto no sabía si se debía al esfuerzo realizado en las escaleras o al miedo que me provocaba estar en ese lugar.
Continúe mi camino, mis pasos sonaban fuertes y lentos en la madera, pero algo más sonaba ¿Qué era ese sonido? Sonaba como una mecedora antigua.

¡Claro! Era ella, trate de caminar más de prisa para encontrar el lugar del que provenía aun ese chirrido, era la puerta que se encontraba junto a las escaleras por las cuales había decidido no subir. Mi instinto… por supuesto me iba a alejar del peligro ¿Cómo no lo adivine?
Tragué saliva y tome la manija, estaba decidido, había pasado toda mi vida soñando con el momento en que la viera y lo que haría pero ya que había llegado no me acordaba más de todos esos planes.

La puerta se abrió nuevamente sin problemas y di un paso hacia adentro, la ventana estaba abierta y un árbol adornaba la mitad de ésta. La mecedora que había escuchado se seguía moviendo pero no había nadie…

Podía escuchar el latido de mi corazón en mis oídos y podía sentir el sudor de mis manos volverse frío. Un ruido tras de mi me alteró, voltee en seguida pero de nuevo no había nada. Di otro paso entrando cada vez más a la habitación, uno de mis pies sintió algo en el suelo y por un momento todo se paralizó, sentí como todo el terror que no había sentido en toda mi vida se cernía sobre mí.

Agache lentamente la vista para reconocer lo que había tocado y suspire, era solo un muñeco. La puerta se azotó violentamente tras de mí y sentí un escalofrió recorrer mi espalda. Lo sabía, ella estaba atrás de mí.

Gire pausadamente y con gran precisión sobre mis talones. Era ella, a un triste metro de mi se encontraba mirándome. Era la imagen más terrorífica que había visto y vería en mi vida.
No supe que decir, no supe que hacer, todo en lo que pensaba era en esos ojos que reflejaba la falta de humanidad, la falta de amor y  toda la tristeza del mundo. Sus Labios se alzaron formando una mueca que trataba de ser una sonrisa pero era mucho más tenebrosa era más parecida a una sonrisa homicida.

Mi mano izquierda comenzó a sentir fríosubió lentamente a mi antebrazo y después abarcó hasta el hombro, poco a poco ese frío fue descendiendo hasta llegar a mi pecho, un poco más abajo. Sentí como una presión comenzaba a absorberme mientras mi corazón dejaba de latir

Lo último que vi antes de cerrar los ojos para siempre, fue su mirada, fueron sus ojos tan malignos que ningún otro mal se le compraba.

El único sentimiento de paz que pude sentir antes de morir fue el saber que dentro de la maleta que aun sostenía en mi mano derecha estaba lo más preciado y valioso en este mundo. Los dibujos que había hecho mi hija cuando aun éramos una familia.